Y en lo que llevo escrito de este compendio imposible, no se me ha ocurrido aún hablar de las estrellas. Aquella noche pertenecía a un julio que se marchitaba desesperadamente. El negro lloraba perlitas fusiformes, y no era posible llevar la cuenta de tantas lágrimas perdidas, concebidas lejos en el tiempo, que conmovían el corazón cuando no eran ya más que espectros de un deseo muerto.
De vez en cuando rasgaban aquella belleza celeste suspiros fugaces, fulgurantes lanzas apuñalando el espacio por momentos.
Barlaam tanteó, primero con cuidado, la comodidad térmica del río, y terminó por sumarse a su baile eterno. Me volvió anciana el sonido manso del agua, y decidí quedarme así, vieja, arrugada por el tiempo que aún no había pasado.
Las horas apenas se sentían transcurrir mientras Barlaam iba saliendo del agua y, tras sacudirse violentamente, se tumbaba a mi lado. Decidí no moverme hasta que amaneciese y el sol osara violar la soledad más hermosa. Vería la mañana desde allí, con el río, el pequeño sendero y los viejos robles como testigos, con el rigor pétreo del molino auscultándome.
Poco a poco, recostada contra una pequeña valla de madera, no sé como me fui adormeciendo. Se encendía el sol cuando de nuevo la caricia viscosa de Barlam me obligó soportar otro cielo raso conmigo misma. Una neblina tenue lo cubría todo, y las siete de la mañana atronaban desde el campanario. A penas un cuarto de hora para regresar.
La cama revuelta, vacía de insomnios, y el mundo durmiente a punto de iniciar su bullicioso murmullo.
Lo mejor de los días se limitaba a verlos nacer, y quizás también a verlos morir, agonizar lentamente tras las leves pendientes que rodeaban la aldea. De todas formas era domingo, y ¿qué se puede esperar de los domingos?
Y por cierto, aún no me he presentado. Soy una mujer cualquiera, una del montón, un alma mediocre por mucho que me duela.
Nadie se ha levantado aún, así que me dirijo sigilosamente hacia mi habitación. Seguiré durmiendo, con Barlaam a mi lado, con su aliento húmedo calmándome las ansias.
¿Ya he dicho que soy una mujer? Pues Barlaam es un perro, pero no es un perro cualquiera. Si pudieras verle los ojos desde esta página, adivinarías que es sabio… mucho más que yo, que mal que me pese, me obnubilo tozudamente si me haces una pregunta que me ponga a prueba. Se me nubla la mente y los escasos conocimientos que pueda albergar se agazapan tras la inseguridad. Y como no sé qué leches es la esteatopigia, porque nunca he conocido a un hotentote, creo que ya no sé nada, y se me olvida que la esteatorrea es la eliminación de grasa por las heces... tampoco es que me interese demasiado eso que llaman cultura... si total, de todas las palabras del mundo ninguna ha sido inventada para dar la felicidad.
¿Soy una mujer? Pues la verdad, no me veo yo muy distinta a esas piedras que en el río se convierten en cantos merced a la corriente, y que no osan salir de su meandro al siguiente por miedo a deshacerse en arenisca.
Lo mejor del sol, el brillo de la luna; ni contigo ni sin ti; agárrate fuerte a mí María que las niñas ya no saben ser princesas, y qué hace la zarzamora llora que llora por los rincones. No miento si digo la verdad, si lo primero que quise fue marcharme bien lejos, cuando solo quedábamos los niños, guantes de Rita Hyvort, y calles de Nueva York… No hay mejor lugar que las nubes de tu pelo para revolver las drogas con los versos… así que hoy me quedo en casa, lo de fuera no me interesa, ya saldré a dar una vuelta otro día que no llueva.
Soy una mujer, me parieron en julio, y me moriré en octubre. Mis manos ya han empezado a enfriarse.
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Hoy es otra noche de otro día, tengo sueño. Tengo nocturnidad en las venas y pestañas en la boca. Sobriedad y aliento femenino, me gusta escribir sinsentidos, escribir lo que no entiendo por verdadero, por falso, por creación de la Luna , inspiración de insolaciones al mediodía, cantos de gallina, zorros y vacas, en un gran desconcierto, en mi garganta edematosa, mis uréteres equimóticos y los aneurismas de Nirvana. En caminos de revueltas, en historias de pasados. Son los renglones obscenos de tinta transparente los que no me dejan entender.
Lunas negras, soles verdes, caminos cerrados, puertas entreabiertas.
Me asomo a la verdad, desde el abismo mentiroso de las miradas.
Tengo hambre, saciedad inoportuna que haces de mi esqueleto puré de patatas.
No amo con amor, no odio con odio, siento la brisa del mar, en los otoños del Everest.
Sonríeme vida que en la esquina te espero
Alguien que susurra y suspira
Alguien que sabe
Te sabe,
Y se desconoce.
Mírame vida que desde la esquina te observo.
Alguien que llora,
Alguien que llama,
Te llama,
Más jamás habla.
Mátame vida que en la esquina me muero,
Alguien que gana,
Te gana
Más siempre pierde.
Guíame vida, que estoy perdida,
Por los senderos de la muerte,
Se borran las sonrisas.
Luchan con espadas de viento,
Caballeros de blanco
Y caballeros de negro
Luchan con espadas de fuego.
Ve aquel firmamento, ocultando el mío,
El frío de la niebla me viste,
Y te aguardo. En la esquina.
Pecados no cometidos,
Recuerdos ya olvidados
Tengo ganas de ti.
Sonríeme vida que en la esquina te espero
Mírame vida que desde la esquina te observo.
Mátame vida que en la esquina me muero
Guíame vida, que en la muerte me pierdo.